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El Foro "Corriente de Opinión Ciudadana" fue fundado en la ciudad de Mendoza - Argentina en el año 2000- y sus integrantes son: Dr. Roberto Chediack; Dr. Roberto Follari; Prof. Elsa Pizzi; Dra. Esther López; Dr. Jorge Barandica; Cont. Oscar Santarelli; Prof. Olga Ballarini; Lic. Walther Marcolini; Cont. Pedro López; Arq. Ennio Fattiboni; Mag. Pedro Zalazar

viernes, 19 de junio de 2009

POLÍTICA Y SOCIEDAD



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Por Roberto Chediack
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Política y sociedad
El conocido médico mendocino filosofa acerca de la crisis de la política, significativamente vacía de contenido, para aportar una opinión profunda frente a las próximas elecciones.
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viernes, 19 de junio de 2009
Una canción comienza diciendo: “Asistimos al espectáculo más grande del mundo: ¡La realidad!”; que no es siempre fácil de desentrañar y que tiene bastante de comedia, pero también de dramatismo y realismo mágico. Mucho de lo que se ve en la política actual, pero también en la sociedad con tantos mediáticos, conforman pautas culturales que explican en gran medida lo que sucede en los adolescentes y jóvenes, a los que les cargamos la responsabilidad que nosotros tenemos como adultos. El todo vale se impuso como norma en la vida, no hay límites en la política y en las otras actividades humanas. Los políticos tienen mayor responsabilidad pero vemos también a tantos que usan disfraces hechos a medida y que aparecen “probos y castos ciudadanos”, pero que son tan perversos como los que lucran con la política. Alguna vez seremos capaces de hacer un análisis autocrítico los medios de comunicación, los sindicalistas, las corporaciones médicas, empresariales, judiciales y de la farándula hueca y vacía para cambiar esta sociedad cada vez más hipócrita, deshumanizada y tinellizada. Por supuesto no les preguntemos a tantos aprendices de Berlusconi cómo hacerlo. Cada pueblo tiene el gobierno que se merece o se le parece, dice un dicho. O nos olvidamos que Menem ganó en el ’95, cuando ya había declarado que si decía lo que iba a hacer nadie lo votaba. Nadie lo votó pero ganó y entraron de su mano en la política deportistas y miembros de la farándula que luego fueron senadores, gobernadores y supuestos referentes que después se convirtieron en antimenemistas, en la medida que el jefe perdía poder. Se reciclan con una capacidad alarmante y con una hipocresía que conviene recordar pero no imitar. Cuántos empresarios critican a los políticos pero luego le ponen dinero para el marketing; y la cantidad es proporcional a la posibilidad de acceder al poder, para asegurarse sus negocios compartidos. Cuántos sindicalistas apoyan a determinados candidatos según la conveniencia, no de los trabajadores sino de sus intereses de cúpula o personales. Cuantos encuestadores o periodistas son funcionales para influir en el electorado en sintonía con quien les paga. El crecimiento desmesurado de las maquinarias electorales donde las imágenes valen más que los conceptos, las propuestas y la ideología, determinan que a la gente se la vea más como consumidores que como ciudadanos. Todo esto devino en una depreciación de la política. Otros dicen “no estoy hablando de ética sino de elecciones”, contradiciendo aquel viejo dicho de Alfredo Palacios que afirmaba “que la política sin moral no es política”. El rol de la política bien concebida radica en orientar a la sociedad tras objetivos y propuestas para el bien común. La distancia entre el discurso y la acción, entre el decir y el hacer ahondó la separación con la sociedad que muchas veces se siente confundida frente a una oferta electoral en la que no se sabe quién es quién. Así nacen nuevas reglas o códigos si se quiere acceder al poder o a los cargos haciendo “política” no por afinidad ideológica; filosófica o programática, que al no tener un marco de referencia termina en cualquier parte. El pragmatismo arrasó con todo y los políticos se parecen cada vez más a los hombres de negocios en los que todo vale para hacer dinero. Evidentemente es más fácil unir cuentas bancarias que unir ideologías. Un proyecto político debe estar sustentando en principios. Los valores no pueden ser reemplazados por intereses económicos o meramente electorales. “La política sin ideología y sin valores es la muerte de la política”. El pragmatismo y el todo vale han significado vaciarla de contenido y subordinarla a intereses espurios. Ante este cuadro, los ciudadanos con vocación política que quieren participar con honestidad intelectual y teniendo como fin el bien común, se sienten ética y moralmente impedidos de hacerlo, al entrar en contradicciones casi insalvables, aunque algunos lo intentan con pobres resultados frente a la maquinaria mediática. El oportunismo, la tan mentada “viveza criolla”, el discutir lo secundario y no lo fundamental, como qué sociedad y país queremos, han quedado en poder de asesores de imágenes u operadores políticos que indican qué conviene decir y prometer, aunque no halla ningún interés en cumplir. Muy pocos políticos se animarían a decir que demasiados problemas son complejos y no tienen soluciones mágicas, que muchas veces los ciudadanos comunes pretendemos, sino que necesitan de un diseño de qué sociedad y qué país queremos para nuestros hijos y nietos. Hablamos de seguridad, educación, inclusión social, sobre todo de los jóvenes que hoy están a la deriva, o una política de equidad que reparta las riquezas con un sentido solidario y universal, o el cambiar las pautas culturales de una sociedad consumista, deshumanizada y hasta perversa, sin un debate franco y abierto que no se base en los intereses de un grupo de privilegiados del poder económico, político o de tantos personajes farandulescos que hablan de ética y moral, mientras esconden sus miserias bajo deslumbrantes alfombras o de las luces de las cámaras. Pocos dicen lo que piensan en concordancia con lo que hacen. ¿Será posible rescatar de la historia los grandes hombres y mujeres que vivieron y murieron sosteniendo sus principios sin doble discurso ni doble contabilidad? No sé por qué pienso en San Martín, Belgrano, Alem, Palacios, Alicia Moreau de Justo, Lisandro de la Torre, Illia o, mirando más lejos, Ghandi, Sandino, Olof Palmer, Mandela o Salvador Allende, aquel que dijo: “De la presidencia sólo me sacan muerto”, y cumplió. Las palabras a veces sobran, pero las conductas honestas y la coherencia quedan en el tiempo. Por Roberto Chediack - Médico. Miembro del Foro “Corriente Ciudadana”


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